Amor


Por Eve Scioscia


Horrible Minos. Fue tu cola cargada la que hundió a tu padre en desgracia.
¡Osado caminante! Entre demonios y lamentos descubres lo que todos sabemos: 
“ningún dolor más grande que el acordarse del tiempo dichoso en la desgracia”.
Miles de años más tarde, lejos de ése lugar –aunque no tanto- la historia se repite en mí.
En el amor, cuando se gana, se pierde.

El prisionero en el jardín

Nadie podrá atestiguar  que  la noble espada se encendería de rabia y mancillara el honor que le habían concedido.  Nadie podrá escribir sobre la tormenta de su filo enfurecido. Solamente dirán que la noche caía mansa en los confines del tiempo, y el jardín, secreto y divino, comenzaba a poblarse de rocas y de arena entre las aguas del entumecido estanque.
La ceremonia fue secreta: meditaron el amor hasta consumarlo.  Y entonces, la muerte se convirtió en una flor menos  agria que la deshonra, menos blanca que sus manos  y más pequeña que sus pies.
Y fue la maravilla. El sueño. El resarcimiento.
Se abrazaron al silencio para crear los soles, las tardes y también la vida.
¿Responderás con furia y con justicia a quienes adoraron tal existencia?
Las palabras que les diste solo fueron hojas muertas. En cambio yo, para ti dejo otras palabras:
No olvido. Jamás olvido.  
Esta vez, traicionaré a mis más queridos amigos para arrasar con tus reinos. 
Me sumergiré en la noche tribal del desencanto, de ahora y de siempre,  para aquietar así todos sus lamentos.

Milagro de la Semilla


¡Oh glorioso padre!
El día que comprendan
que el Uno es Todo
y el cuerpo es cuerpo
¿se rendirán ante ti los caóticos
 pájaros del cosmos?
¡Inhumano guerrero!
Tu presencia nos deja el Tao
que  proyecta sobre el abismo
el desafio a los dioses.
¡Mendigo tu gracia!
Deja que los egos de la montaña
 se derrumben,
Y hazme, redentor
tu única semilla

Fuego




Era la noche del dios nacido
y de sus santos que conspiraron
y se reunieron bajo la rueda
y maldijeron entre murmullos
que  conjuraban la nueva era
que ardió en silencio desde las llamas
de la condena de un solo hombre
que  fue nombrado como  tirano
y en su memoria se combatieron
y se mataron y se vengaron
y  levantaron en el desierto
un templo santo de hombres de hierro 
que bendecían y consagraban
a la leyenda en el imperio
de los espejos que revelaron
los otros templos que persiguieron
esa verdad de letra ostentosa
y  persignada  de traidores
que le entregaban al rey eterno
aquella Roma
aquel incendio