Facundo, una impresión fugaz de la obra de Domingo F. Sarmiento

Comencé a leer el Facundo por obligación,  no lo niego, pero también es cierto que lo tenía aguardando en la biblioteca desde mucho tiempo antes de que la literatura sea la disciplina que ocupa casi todo el tiempo de mi vida. ¿Qué encontré? Antes que nada un prólogo de Borges muy flashero donde comparaba a los gauchos con los cowboys por el hecho de ser habitantes rurales, habla también –tal es su hábito– de cosas tan elásticas como Schopenhauer o Kipling y finalmente y luego de una magistral clase de historia nos invita a reflexionar sobre las consecuencias que hubiera tenido haber canonizado este libro.
Después de esta despampanante y re-colgada introducción del señor del elegante bastón, detengámosnos en la hermosura que tiene la  prosa de Sarmiento.


Y en efecto, hay algo en las soledades argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas; alguna analogía encuentra el espíritu entre la pampa y las llanuras que median entre el Tigris y el Eufrates; algún parentesco en la tropa de carretas solitaria que cruza nuestras soledades para llegar, al fin de una marcha de meses, a Buenos Aires, y la caravana de camellos que se dirige hacia Bagad o Esmirna.

Sarmiento está comparando lo que experimentan las almas de dos tipos de habitantes según el desértico lugar donde viven. Esta soledad que genera distancias solo puede atravesarse en caravanas de carretas guiadas por capataces al mando. El tono del texto es totalmente poético y literario por lo que no debería ser exclusivamente tomado como un texto histórico o de panfletería política. Me alcanza con decir que la mayoría de los epígrafes son de citas a autores franceses a la Montaigne o de americanos[1].
Podría decir mil cosas más sobre este libro, casi podría hacer un post por nota marginal, pero voy a seguirla en otro momento.


La soledad, el despoblado sin una habitación humana, son por lo general los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí, la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra entre celajes y vapores tenues que no dejan en la lejana perspectiva señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo.


[1]Los dos países donde Sarmiento tenía puestos los ojos.

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