El corazón de la piedra

Arturo, el mítico Rey de Camelot, aquel legendario héroe del que se siguen contando hazañas también fue alguna vez un niño sin padres. En esos tiempos duros de descubrimiento, un gran mago le sirvió de guía para alcanzar el poder. Y una nación cantó sus glorias y sus batallas. Y los campos se llenaron de hombres que cabalgaban en los confines al compás de metales tintineantes de guerra y de triunfo. Y fue nombrado el Señor de todas las Tierras. Pero de entre esas leyendas, ninguna fue tan gloriosa como la de aquel niño tembloroso que soñaba justicia.
Aquellas noches vacías, nada le quedaba. Pero aun así sabía que en las estrellas había un padre que lo guiaba y lo protegía. Y fue su sombra la que vagó eterna hasta al fin encontrarlo. Entonces apretó los ojos y prometió no derramar ni una lágrima porque su destino era ser fuerte. Y así juró nunca olvidar y estar siempre de parte de los que sufren. Y se acercó a la piedra que prometía el fracaso y la burla, pero su deseo fue más fuerte.Desde lo hondo una llama le precedió con bendiciones hacia la roca y tembló el universo. Tembló y lloró.
La espada de la realidad sagrada y del tiempo había escogido nuevamente a un amo. Y se hizo la grieta y se elevó hacia los cielos. Desde aquel día, el niño supo que jamás volverá a ser lo mismo.

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