Ignel, el hermoso

La noche comenzó y se desperezó el Oscuro. Aquel despreciable ser que se arrebuja en las profundidades infernales y a cuya existencia le está conferida solo el horror y la desesperación. En ese rincón olvidado por los dioses, aquella abominación quebró la ley más sagrada y dio así a luz un hijo a quien la maldad reclamaba. Y fue el comienzo del caos, la multiplicación del odio que se esparcía en existencias demoníacas, en cuya presencia temblaban los reyes y morían las horas. Tempestades de hierro, volcanes ardientes y desde los cielos crepusculares las horrendas criaturas contemplan el mundo en una danza macabra que invocaba al todopoderoso Ignet.

Ignet, el Maldito. La bestia despiadada que hasta la negrura innombrable temió al batir de sus alas y a la fiereza descontrolada de sus deseos. Y un ejército de malditos organizó la revuelta en las esferas infernales, y las bestias ardieron entre aullidos voraces que comían del silencio impronunciable de sus voces. Pero Ignet triunfó, y el padre enfurecido abandonó el nido en las alturas para luchar contra su engendro. La batalla duró siete soles, siete lunas, y por fin de las heridas de las criaturas aladas brotaron otros dioses y otros mundos. Entonces las bestias se refugiaron y con resplandores fúnebres se anunció el ocaso de los tiempos.
Ignet, el hermoso. La bestia coronada de blasfemias que yace entre los huesos de héroes rendidos. Nadie se atreverá jamás desafiar su inclemencia ni a saquear de los fabulosos tesoros donde reposa su salvaje carne.

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